Julio Enrrique Estévez 1958-03-06

BRONCE DE BARRO: Narraciones Bonaerenses. Alzamiento en armas en San Miguel del Monte año 1926

Texto preparado para consulta histórica. Las citas de personas vivas o muertas, como así de hechos y nombres propios, se ajustan al proceso de investigación histórica, encuadrándose, por lo tanto, dentro de las disposiciones legales en lo que hace a su divulgación, por tratarse de acontecimientos de pública notoriedad. El autor se ha reservado el derecho del estilo narrativo y novelización de la obra y afirma que se trata de un texto histórico comentado. Es propiedad del autor prohibida su reproducción total o parcial. Queda hecho el depósito de ley y registrada la propiedad intelectual.

BRONCE DE BARRO: Narraciones Bonaerenses. Alzamiento en armas en San Miguel del Monte año 1926

Ofrenda:

A todos aquellos que, alguna vez, renunciaron a sí mismo, para forjar la felicidad de otros.

Introducción

¡San Miguel del Monte! ¡Cuna y sepulcro de pasiones que flotan en la sublime dimensión brumosa del tiempo!

Desde que era un pedazo de pampa ingénita, con el romántico salvajismo de sus indios y sus pastos dulces.

Y lo siguió siendo a través del castellano comandante de Fronteras, cofundador de sus presuntos límites, Don Juan José de Sardén, pasando por Rosas, inspirador y primer único Brigadier General de los épicos escuadrones de <Colorados del Monte>, hasta jalonar, rubricando epopeyas, con la gesta cívica más resonante del siglo en sus regiones: el alzamiento en armas del 24 de diciembre de 1926.

¡Sangre púrpura encendida que, como portaestandarte de la misma vida, siguió siendo sentencia de las pasiones de sus hijos más preclaros!

Telúrico enlace de color que, rememorando sus principios, comienza cuando el Indio la derrama como emblema de una raza vírgen, en forma generosa, exorbitante, solo para sobrevivir. Y lo hacía con tal despreocupación, con tal desprecio de su propia vida, como si a una segunda terrena, fuerala adquirir detrás de la muerte.

Sardén, valiente y bizarro soldado, compitió en los llanos en valor, con sangre castellana, anteponiendo a la vibrante y cálida del indígena pampeano la suya, depurada por milenios y casi perfeccionada. Luchó contra la barbarie - por límites, por civilización – con el ímpetu de su orígen íbero, lo que le dió indudablemente una ventaja suprema: despreciar la vida, no con la inconsciencia del salvaje, sino con el arrojo y la bravura razonante de los líricos valientes.

Mil y un episodios se sucedieron impresionantes, sombríos, chatos de ecos sobre la pampa cruel, inhóspita, sorpresiva de la <Guardia de San Miguel del Monte> o <Fuerte de la laguna del Monte>. <El campo está en movimiento>, <el campo esta inquieto>, tétrico anuncio de los mayorales de las trémulas victorias que hacían el servicio de pasajeros de pueblos a postas o a estancias. <El campo está en movimiento> o <el campo está inquieto> era lo mismo en la pampa de la Guardia del Monte que preanunciar la Muerte

El salvaje rondaba. Rondaba la pasión brutal de esa materia hija de la tierra. Y coronaba sus andares, sus hechos, la sangre. Siempre caliente, como sino claudicante de una pasión irrenunciable que se generaba y se transmitía a través de las centurias.

Llego Rosas, y los colorados debían ser sus distintivos políticos y militares. Color de púrpura como el cielo de los atardeceres de Buenos Aires. Impuso a sus <Colorados del Monte>, chiripás, corraleras y gorros volcados colorados.

¡Los uniformó con el rojo del precio que los llanos cobraban al indio pampeano y al castellano civilizador!

Cuando el puñal, arma predilecta del gaucho, se hundía en la carne tibia del adversario dormido, o caliente del contrincante enfurecido, siempre su herida era de resultados conocidos: afloraría el color maravilloso de la púrpura, porque así, no le quedaba duda alguna de que hasta la misma muerte era Federal.

¡Viva la gloriosa Federación! ¡Mueran los salvajes Unitarios, Viva Rosas, glorioso restaurador de las leyes! Viva la muerte, la llamada a puñaladas porque es Federal.

El contagio era de factura extraordinaria. No sólo los declarados, solidarios con el sordo fragor bélico de las acciones pampeanas, amaban el rojo color, sino que, hombres cultos y más, místicos personajes que pulieron su espíritu de las letras bíblicas, como Fray Cayetano Rodrigues, alguna vez dieron expansión a su inspiración y, en guerreras rimas cantaron a los escuadrones rosistas.

Estos versos federales nos dejó Fray Rodrigues

Milicias del sud, bravos campeones

Vestidos de carmín, purpura y grana,

Honorable, legión americana,

Ordenados, valientes escuadrones;

A la voz de la Ley, vuestros pendones

Triunfar hicisteis con heroica hazaña,

Llenándoos de glorias en campaña,

Y dándo de virtud, grandes lecciones;

Grabad por siempre en vuestros corazones,

De Rosas la memoria y la grandeza,

Pues Restaurando el orden os avisa

Que la Provincia y sus instituciones

Salva serán: la Ley es vuestra empresa,

La bella Libertad vuestra divisa.

Aquí queda reflejada la adhesión total del sacerdote a Rosas. En consecuencia a la lucha, al ardor pasionario de la pampa bonaerense.

Nadie escapa a su influjo ¡Nadie!

Pero, fué la época. Fueron los hombres, con sus tremendas pasiones, que generaron injusticias, o justificables medios para imponer presuntos derechos.

Hombre, el Indio.

Hombre, Sardén.

Hombre, Rosas.

Hombres, sus iguales, sus víctimas o contrincantes. Hombres repletos de defectos. Seres precarios, pasajeros de un andar transitorio, con veleidades de eternos. Hombres terriblemente defeccionantes en todas las lides sobre la tierra. Algunos, sanguinarios, sin aparente sentido cabal de responsabilidad.

Pero luchadores poseedores del instinto feroz de vivir aun al precio de la vida misma.

Curiosa paradoja, quienes amábanse así mismos, quienes querían la luz, los límites ilimitados del desierto pampeano, quienes luchaban contra la furia de los elementos incontrolados y los seres humanos con tendencia fascinantes por los salvajes, por lo primitivas – si el primitivismo es falta, de lo que llamamos sentido común, humanidad, comprensión- abrazaban la muerte a cada paso, generaban su presencia tan seguido, que de frecuente, era una línea de costumbre, de hábito o complemento, su presencia en todos los lugares de la pampa inmensa.

Quienes mataban para vivir, o para mandar, intentaban comprar sus vidas o sus mandos y se arriesgaban a pagar sus anhelos con la eterna desaparición de la tierra.

Pero tenían, y estoy seguro de ello, la pureza brillante, extraordinaria, suprema, de los virtuosos. De aquellos que ofrendan su existencia en holocausto de sus pasiones, sin importarles – en consecuencia- vivir o morir.

Sentaron el precedente de la debilidad del cobarde, Rompieron la barrera del principio ortodoxo de mentira razonante – propiedad perenne de los cómodos- para dar lugar a la entrada de las apasionantes verdades de hierro.

Yo diría que sepultaron la época- en esta región- de la serena pulcritud de la naturaleza a través del frescor de sus pastos y tranquilidad de sus días vacíos de razón humana, para consagrar la epopeya de la existencia de una raza portaestandarte de la verdad humana.

Y el salvaje razonó: si estas pampas son mías, si yo he nacido de la tierra misma, ¿por qué ceder al blanco mi cuna?

Fué su primer acto instintivo de raciocinio social. Fué el primer tema de derecho que se propuso cumplir, como principio fundamental que hacía a su existencia misma. Y consagró el capítulo memorial de sus apasionantes matanzas pampeanas. Sus malones.

Por otra parte, Sardén, el bizarro soldado castellano, propugnador de una doctrina de avanzada civilizadora razonaba: ¿Por qué el salvaje no tiende a civilizarse para vivir mejor, y dejar vivir a los hombres del mundo en sus hoy inhóspitas tierras, si Dios hizo la tierra para todos los hombres ningún hombre la hizo para sí?

Y en pos de esa premisa civilizante, sentaba el precedente de un derecho reivindicador, en contraposición al derecho del indio, que evidentemente conservador, tal vez, justo.

Tras ellos, Rosas, razonó comprendiendo al indio y pre-cursando la civilización. Reconoció los derechos del uno y abogó por los principios sustentados por el otro, muchos años después. Gustó de la Pampa, y fue su poblador. Intentó establecer la proporción. Y ocupó una tercera posición. Mitad conservadora, mitad redentora del infortunado. De ese paralelismo por el mismo practicado – gran estanciero, y copartícipe de las inquietudes plebeyas— surgió un gobierno peculiar.

Pero, ni aun así, estuvo excluida la sangre. Pareciera que su roja especie fuera generadora de virtuosas epopeyas. Gestas sin sangre, son gestas pálidas. Su derramamiento es, sin duda, sinónimo, filigranado de muerte.

La guardia del Monte, San Miguel del Monte, luego y hoy, lleva una bandera consagrada, que le viene de la misma tierra, por lo que pragmátizo en esta introducción.

Es la bandera de la sangre, por lo que debemos deducir concienzudamente, que sus días se eslabonan en una sucesión de hechos sangrientos, como estigma o virtud de sus hijos, para consagrar sus principios.

Influirá una fuerza rectora, sin duda, como destino superior. Como disposición de Dios, que hizo a la tierra, tierra y a las aguas, mar.

Pero lo que sí, lo que es dable observar a través de la historia de esta región, es que todas las gestas guerreras tuvieron sus principios en la pureza del espíritu. Que no acepto el indio el dominio, por su ley. Que los soldados mestizos de los fuertes pampeanos fronterizos murieron en su ley, que Rosas dicto un gobierno para su ley.

¡Fueron hombres fuertes que antepusieron a los elementos naturales sus principios espirituales, llámense sus pasiones!

¡Pero jamás en San Miguel del Monte, logró sobrevivir hasta el final un mediocre o un cobarde!

Jamás sus hijos dejaron generar consagrando indefinidamente la impudicia de un sistema de gobierno

Jamás se ató al carro negro de ningún esbirro, de la mentira, del fraude o de la ignominia.

Sintió siempre su espíritu indómito, verdadero asco por los mandones, por los caudillos pusilánimes, por los obsecuentes, pro los dramáticamente adulones.

(Continuará)

Buceando en los recuerdos: una familia, un diario... historia viviente

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El fundador de la palabra

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